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28 diciembre 2009

“¿Existirá un santo jovial? ”


Nació en Sassello, en el interior de Liguria, el 29 de octubre de 1971; un pueblito gracioso, que no está todavía en la montaña, pero ya bastante lejos de la ciudad.

Chiara es la hija única de Ruggero Badano, camionero, y de María Teresa Caviglia, obrera. Se habían casado hacía once años y nunca habían logrado tener hijos: es fácil imaginar la gran felicidad provocada por este nacimiento. “Si bien en medio de una inmensa alegría, comprendimos enseguida -cuenta la madre- que no era sólo nuestra hija sino que ante todo era hija de Dios”.. Él: pocas palabras pero con una fe sólida, severo pero con una dulce mirada. Ella: afable y abierta, con la hija tuvo una relación de verdad y confianza.

Chiara manifiesta un carácter generoso: en una tarea de primer grado, escribiendo al Niño Jesús, no le pide juguetes, sino: “Haz que la abuela Gilda se cure y todas las personas que no están bien”.



Pequeñas historias como ésta testimonian cómo recibía una sólida educación cristiana, gracias a la comunidad parroquial, al párroco que imparte fascinantes lecciones de catecismo, a las sólidas amistades que Chiara construye. Tiene una debilidad por las personas ancianas, a las que trata de ayudar.

Chiara está revestida de la belleza del Evangelio, aun si ya de por sí es muy hermosa, una bella muchacha. Las fotos nos la presentan desde la infancia como una persona con ganas de vivir, con un carácter bien definido. Pero de ese rostro delicado, lo que más atrae es su mirada, ni reprimido ni agresivo. Límpido y basta. También en las fotos de la adolescencia, cuando algún granito de más le ensucia un poco su lindo rostro. La adolescencia nos la presenta en la normalidad más absoluta. Es en este período, de más movimiento, que se transfiere a Savona, en 1985, para los estudios de bachillerato, que a decir la verdad, encontrarán algunas dificultades, a pesar del esfuerzo. No aprueba el cuarto año y esto la hace sufrir mucho.

Con sus padres emerge alguna incomprensión, si bien el afecto es más fuerte, y no es difícil que se llegue a acuerdos aceptables por ambas partes, como por ejemplo sobre los horarios de salida nocturnos. En efecto, sobre todo los fines de semana en Sassello, a Chiara le gusta quedarse en la noche con los amigos en un café.



“Tenía una sólida base humana -dice Chicca Coriasco, su confidente-; amaba vestirse con propiedad, peinarse bien y algunas veces maquillarse un poco, pero nunca con lujo”.Es apreciada, y sabe hacerse querer: está siempre rodeada de amigos y amigas. Es una gran deportista: tenis, natación, montaña. No sabe estar quieta, quisiera ser aeromoza. Le gusta mucho bailar y cantar.Tantos la cortejaban, mientras que ella amaba soñar. Cada tanto le dice a la amiga, mirando a un muchacho: “Ese me gusta”. Pero nada más.

En el verano de 1988 atraviesa un período difícil. Acaba de saber que ha sido reprobada en matemáticas cuando acompaña a Roma a las niñas del Movimiento, las gen 4, a su congreso. Tiene el corazón lastimado por haber sido reprobada, pero no se detiene. Escribe a sus padres: “Ha llegado un momento muy importante: el del encuentro con Jesús abandonado. Abrazarlo no ha sido fácil; pero Chiara esta mañana le explicó a las gen 4 que Él debe ser su esposo”.
Chiara, es decir Chiara Lubich, con quien mantendrá una nutrida correspondencia, pero sobre todo una relación vital, muy intensa, hasta el último momento, cuando dirá: “Todo se lo debo a Dios y a Chiara”. A ella, más tarde le pidió un “nombre nuevo”. “Chiara Luce”, fue su respuesta.

Jugando tenis advierte un fuerte dolor en el hombro. Primero no le hace caso, tampoco los médicos. Pero las recaídas llevan a los doctores a profundizar los análisis. El veredicto: sarcoma ostiogénico con metástasis, un tipo de tumor entre los más graves y dolorosos. Chiara Luce, después de un largo silencio, sin llanto ni rebelión, acoge la noticia con valentía: “Lo lograré, soy joven” dice. Y Ruggero, su papá: “Teníamos la certeza que Jesús estaba en medio nuestro. Él nos daba la fuerza”. Comienza un profundo cambio, una rápida escalada hacia la santidad.



Empiezan los internamientos, y ella se distingue por su altruismo. Se interesa por una muchacha drogadicta, gravemente deprimida, descuidando su reposo la acompaña a todas partes, levantándose de la cama a pesar del dolor que le provoca el gran callo óseo que tiene en la espalda: “Ya tendré tiempo para dormir”, dice. Y uno de los médicos, Antonio Delogu: “Demuestra con su sonrisa, con sus grandes ojos luminosos, que la muerte no existe, sólo la vida existe”. Será sometida a dos operaciones muy dolorosas. La quimioterapia hace que se le caiga el cabello, que cuidaba mucho. Ante cada mechón de cabello que pierde, repite un simple pero intenso: “Por ti, Jesús”. Sus padres, siempre presentes, le recuerdan que bajo los sufrimientos se puede percibir un misterioso designio de Dios. Y Chiara Luce se vuelve a poner en el amor. Así, a un amigo que parte para una misión humanitaria en África, le entrega todos sus ahorros: “A mi no me sirven, yo tengo todo”.



Nada de morfina. “Quiero compartir con Él todavía por un tiempo la cruz”
Existe una grabación de ese período en la que Chiara Luce cuenta de un doloroso examen médico: “Cuando los doctores empezaron ha hacer la pequeña operación, pero fastidiosa, llegó una persona, una señora, con una sonrisa muy luminosa, bellísima: se me acercó, me tomó la mano y me dio ánimo. Como llegó, desapareció: no la vi más. Pero me sentí invadida por una enorme alegría, y se me quitó el miedo. En esa ocasión entendí que, si estuviéramos siempre dispuestos a todo, cuántos signos Dios nos mandaría”.



Pierde el uso de las piernas. Dice: “Si tuviera que elegir entre caminar o ir al paraíso, elegiría esta última posibilidad”. El último tac no deja esperanzas. Llega el momento de la prueba, intensa. Pero no se rinde, también con la ayuda de Chiara Lubich que le escribe: “Dios te ama inmensamente y quiere penetrar en lo más íntimo de tu alma y hacerte experimentar gotas de cielo”. Rechaza la morfina: “Quita la lucidez, y yo sólo puedo ofrecer el dolor a Jesús, porque quiero compartir todavía con Él la cruz”.

Chiara Luce parece ya adulta. Le escribe un médico, Fabio De Marzini: “No estoy acostumbrado a ver jóvenes como tú. Siempre he pensado en tu edad como en el tiempo de las grandes emociones, de las intensas alegrías, de los amplios entusiasmos. Me has enseñado que es también la edad de la madurez absoluta”.



Muere el domingo 7 de octubre de 1990, a las cuatro de la mañana.
Al funeral asisten dos mil personas. También quien no cree quiere estar presente. Los comentarios hablan de paraíso, de alegría, de elección de Dios provocada por la de Chiara Luce.

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